El
mundo y los colombianos estamos en mora de hacerle un justo y merecido homenaje
a un pequeño instrumento de viento y de nota única llamado pito o silbato. Y
estamos en mora porque siendo el pito un instrumento útil, popular y
polifacético, hasta el momento no hemos percibido a un poeta, a un escritor, a un
filósofo y menos a un político dedicarle un poema, un verso, una trova, o sonarle
un discurso.
Las
ventajas de llevar encima un pito son muchas. Si uno es víctima de un terremoto
y queda atrapado en algún lugar, un pito un simple pito le pude salvar la vida;
las posibilidades de rescate definitivamente se multiplican. Decenas de víctimas
en Nepal se hubieran podido salvar si entre sus bolsillos encuentran un pito.
En
un atraco, de moda en nuestra capital, el pito es imprescindible; lo mismo que para
prevenir sospechosos en el barrio, en caso de emergencia médica, en la
movilidad. En tiempos inmemoriales agentes uniformados de azul macilento manejaban
el tráfico desde una tarima y a punta de pito; sus brazos contorsionados en una especie de cruces
métricos y acompasados daban vía de acuerdo a la ola de carros; la cosa se
complicó cuando llegaron los inefables semáforos,
a los que nunca hemos podido poner de acuerdo.
Las mujeres (y todo el mundo) deberían
cargar siempre un pito sonoro; cada vez que alguien pretenda sobrepasarse o
irrespetarlas, activarlo de inmediato, de seguro aparecerán decenas de
socorristas repitiendo y auxiliando. Transmilenio en lugar de tomar medidas
etéreas, confusas, costosas, tiene que adoptar soluciones sencillas: regalar
pitos. El que intente colarse en el bus, un sospechoso merodeando, un policía
chateando, el que se sube con el morral a la espalda, se harán acreedores a sendos
pitazos; el mismo sistema va creando un lenguaje de tonos y matices que el
usuario finalmente va entendiendo; es más o menos como las señales de humo de
nuestros antepasados, pero sin humo.
Hablando
de tonos y matices, en días pasados el periodismo refirió una silbatina o
pitadera al presidente de la república; Santos se alistaba a encabezar una
carrera atlética ‘’en honor a los héroes caídos en combate’’, cuando quiso
hablar la multitud le endosó tamaña y estruendosa pitadera; asustados
presidente y guardaespaldas pusieron pies en polvorosa. Al igual que en Bogotá,
en Barranquilla, Cali y Medellín lo atendieron lo mismo; en Barrancabermeja, Quibdó
y Pasto alcaldadas la prohibieron. Aunque el presidente trató de restarle importancia a estos hechos, dijo desde diferentes
estadios, algo así como: ‘’me importa un pito la pitadera con tal de lograr la
paz de los colombianos’’. Hizo bien el presidente en no asistir al Festival de
la leyenda vallenata, su exposición en la actual coyuntura era innecesaria e
inconveniente.
Congresistas
y gobierno, han propuesto cosas peores, como impunidad total a las farc,
entregarle curules, ministerios, embajadas y una gran franja de nuestra suelo patrio;
claro que los envalentonados quieren el 1’141.748 kilómetros cuadrados de
territorio continental + 988.000 de extensión marítima + el poder; yo solo pretendo
que el escudo de Colombia tenga dos cambios sencillos: el primero, que en vez del
gorro frigio, que no representa nada autóctono de nuestra finca, se cambie por
un sombrero vueltiao, y que en lugar de la lánguida corona de laurel que pende
del pico del cóndor, se le coloque un silbato o pito que llaman.