En Colombia somos muy dados a
copiar modas inconvenientes, las barras bravas es una de ellas, se importaron
de la Argentina con todo y consecuencias.
La verdad es que la policía Nacional
hace esfuerzos plausibles; se ha mejorado mucho la tranquilidad de los
asistentes a los estadios, el ingreso de hinchas es muy controlado, y los
desadaptados o colados son expulsados rápidamente cuando pretenden formar
guachafita. En realidad, los hechos que se presentan alrededor del fútbol son
casos aislados, pero tan graves que afectan a toda una localidad y al país en
su esencia.
Desafortunadamente el código del
menor y la infancia, no les brinda muchas herramientas a los jueces para actuar
con rigor. Los menores se escudan en la lenidad o permisividad de las normas para delinquir.
Un muchacho de 12 -13 años en
este momento, es un mozalbete diferente a los de su misma edad hace 10 o 15
años, cuando aún se le consideraba un niño. Hoy el alcance de ese infante, lo
que llamamos ‘madurarse biche’, en infinidad de casos, no tiene límites. Sumado
a esto, la constitución y normas paternalistas les quitaron autoridad a los
padres. Han perdido por decenas de pretextos jurídicos y doctrinas rebuscadas, jurisdicción
y control sobre ellos.
A la usanza de las normas, actualmente
un padre de familia no puede llamarle la atención a un hijo, pues perfectamente
puede ser acusado de violencia intrafamiliar, y con todo y huesos ir a parar a una cárcel, o acusado de
interferir en el libre desarrollo de su personalidad, con todo lo que esto le implica.
Para acabar con las barras
bravas, o mejor con las bandas callejeras que se camuflan detrás del uniforme de un equipo de fútbol, desafortunadamente
hay que endurecer las leyes. Las actuales normas no le sirven ni a la sociedad
ni a los adolescentes; a la sociedad porque al tenor de la flexibilidad de las
normas, se les permite cometer delitos y excesos con total impunidad, y a ellos,
porque las mafias los utilizan para delinquir, por su condición de menores.
Son imberbes los responsables en un 80% del robo
de celulares, computadores, tabletas, etc., Y en otro alto porcentaje, están
metidos o los meten en extorsiones, boleteos, robos, y hasta secuestros, narcotráfico
y guerrilla; con un agravante: las mujeres menores de edad participan en
igualdad de condiciones a los hombres; se prestan para ejercer labores de engaño,
prostitución, venta de droga, paseos
millonarios, etc.
En Colombia el tema también es de
ocio. Miles y miles de menores deambulan por las calles de las ciudades y
pueblos, sin brújula y sin ruta. En Bogotá por ejemplo, el alcalde que pudiera
generar una buena cantidad de empleo organizado, mediante el desarrollo de
obras básicas y necesarias, está dedicado a cazar peleas, a crear controversias inútiles, a fastidiar
tenderos, a desacreditar a la policía, a chocar con sus subalternos, a
politizar la administración, pero obras no se ven. El tiempo y millonarias
sumas del presupuesto distrital se pierden promocionando sus escasos logros de
gobierno, pero proyectos sociales, visibles, que valgan la pena resaltar:
ninguno. Así mismo, el gobierno central va con las locomotoras a 10 por hora, desarrollo social muy poco, y
lo más grave, pretende acabar a punta de
impuestos y tarifas altas, a la microempresa colombiana, que es la que más genera
trabajo.
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No me imagino el impacto de
gobernabilidad que tendrá para Petro y Santos si las amenazas de cancelar el
torneo de fútbol se cumplen. Eso sería una muestra incapacidad total para gobernar, que la
violencia ganó, que la policía no sirve y que la autoridad no existe.